viernes, 13 de mayo de 2011

La Madre En El Drama Historico De La Isla, Por Juan Bosch (II)


Cuando los hombres combatían en palo hincado, cuando el hambre mataba a los situados de la capital, cuando se luchaba en fin para volver a hacer española la colonia que había caído en poder de Francia, fue ella, la madre dominicana, la que vio a los hijos partir hacia las batallas y enflaquecer hasta la muerte en la ciudad sitiada.

Para hacer la patria, entre 1844 y 1855, ¿Quién dio hijos si no ella? ¿Quién quedaba con el corazón atribulado cuando los hombres iban a combatir en azua y Santiago? ¿de dónde habían salido los caídos  en las carreras y en beller si no era del vientre de la madre dominicana?¿y por donde rodaban a chorros las lagrimas cuando al poblado lejano, al campo perdido, llegada la noticia de la muerte de un combatiente, si no era por las mejillas secas de la madre?


La madre dominicana llevo sobre su alma el paso de la guerra cuando los españoles volvieron al país traídos por santana y el pueblo se sublevo en capotillo y comenzó aquella lucha sangrienta contra los que habían sido portadores de la civilización cristiana para sembrarla en nuestro suelo y en esa nueva ocasión eran ocupantes extranjeros de una republica que a lo largo de once años había luchado en los valles y las lomas de la frontera y en las aguas del mar para que sus hijos fueran los dueños de su patria. 



Mientras los hombres se mataban en guanuma, puerto plata, en el canal de la paya, en los arenales de la línea noroeste, la madre dominicana esperaba en el bohío o en la casa de yaguas del pueblo que le llegara la noticia de que el hijo había caído en la batalla.

Madre adolorida como la nuestra, ninguna; madre con el corazón deshecho por la angustia como la de nuestro pueblo, ninguna. Pues llego la hora en que la bandera española se fue alejando mar afuera, pero los dominicanos, acostumbrados a matar para defender su republica, siguieron matándose entre si, y se mataban un día y otro, un mes y otro, un año y otro, hasta que el brazo fuerte de Ulises heureaux impuso la paz; solo que la paz fue la obra del crimen y con el crimen llego el miedo a sentarse en el umbral de todas las puertas y entonces la madre sufrió de miedo y en cada pisada que sonaba en la noche creía ver llegar a los que iban en busca del hijo para fusilarlo en el cruce de dos caminos o para encerrarlo por vida en una cárcel pestilente o para llevárselo a la fuerza a servir en los cuarteles.

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